La belleza devorada.

Sobre la fea esencia del poder.

La belleza puede nacer de lo terrible. La obra de Goya quizás sea uno de los mejores ejemplos de ello. Saturno devorando a su hijo representa al titán Crono —Saturno en la mitología romana— comiendo con voracidad a uno de sus vástagos. Crono encarna el paso del tiempo, y su salvajismo nace del miedo a ceder el trono a sus sucesores.

Entre las muchas interpretaciones del cuadro, hay una que resuena con especial fuerza en el presente: la idea de que Goya quiso simbolizar a Fernando VII devorando a España, en una denuncia feroz envuelta en arte. Hoy, ese mismo Saturno —con algo de maquillaje y más fotogenia— podría representar a Pedro Sánchez devorando al PSOE.

El artista dotado es el reverso del político corrupto o autoritario. Uno es capaz de transformar el horror en una obra sublime que atrape al espectador y le revele una verdad; el otro posee la habilidad de convertir una buena causa —el servicio público— en un drama social tejido de mentiras.

Ambos, sin embargo, tienen el poder de dejar un legado.

Sánchez quiso pasar a la historia como adalid del feminismo, la libertad y una política impoluta y ejemplar. Pero esos valores se han ido disipando de su discurso como las piernas de Saturno en la obra de Goya. El titán y el capitán se sostienen en la oscuridad. Ambos luchan contra el tiempo y contra la realidad.

La realidad del presidente recuerda más a una tragicomedia de sobremesa que a un legado digno de mármol. Puede servir como materia prima para un chiste, un meme o una sátira con muchos likes, pero será difícil crear algo bello con eso.

Quizás porque en su empeño por subsistir no sólo esté devorando a los suyos. Puede que también esté engullendo la poca belleza que aún se puede encontrar en la política. Y, tal vez, a sí mismo.